Se encontró frente a él,
desnuda,
perfectamente de pie
en medio de una lluvia de hojas de otoño.
La miró,
y contó cada uno de los pétalos
en que se desvanecía su frágil cuerpo,
rojos de ira y vergüenza.
Logró captar el imperceptible olor
de sus lágrimas avasalladas
por la tempestad de silencios condenantes.
Ella se sintió pequeña otra vez
ante esos ojos de botón
y, a pesar que hoy prefiere ojales en su rostro,
se ocultó en su mirada,
y se protegió con ese abrigo oscuro
que había dejado olvidado en el armario.
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