jueves, 3 de mayo de 2012

3 - Mayo -2012, como siempre

Cada día es un intento de superación, de aprender a controlar las muletillas, de dar el asiento en la micro, de ponerse en el lugar del otro y el resto de las buenas acciones. Pero soy trágicamente humana y me cuesta luchar contra mi propia sensibilidad, para no odiar a quines me maltratan, para mirar a la cara a quien repruebo sus actos, para perdonar a quien jamás me pidió perdón. Entiendo que la perfección es inalcanzable y que a veces las lágrimas son más frecuentes que encontrar el camino que conduzca siquiera a un intentarlo. Que puedo hacer si quien me grita es quien debe enseñarme a conversar, si quien me insulta ha agredido a quien más amo y todo se convierte en estar ante una nube de lágrimas que obstruyen visualizar otra opción más que apretar fuerte los párpados y dejar brotar la ira. Llevar más de dos décadas cargando tales dolores es acostumbrarse a ellos, es entender que naciste en mal momento, que fuiste la peor decisión que tus progenitores tomaron y la más repugnante mezcla que pudieron obtener. No necesito que lo admitan, basta que se sienten a la mesa sin mirarse a la cara, basta con mirar mi piel y saber que está manchada de resignación. Es cierto, la tristeza tiene un sabor extrañamente salado, es como si no pudieras volver a concederle dulzura a la vida, como si ya no supieras sentirte simplemente bien. Me repito que debo ser fuerte, que lo he sido y que nací para serlo, pero ahí están las imágenes con sonido, el video de una vida marcada de violencia, de gritos, golpes y humillaciones. Te sientes miserable y deseas jamás tener familia, porque nunca has conocido su significado.

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